Exposición temporal: "Gerardo Contreras. La mirada amable"


En la Sala El Águila (c/ Ramírez de Prado, 3) puede verse hasta el 15 de mayo la exposición “Gerardo Contreras. La mirada amable, una pequeña retrospectiva de imágenes captadas por este reportero fotográfico en Madrid desde la posguerra hasta los años sesenta de mediados del siglo XX.

Gerardo Contreras Saldaña, nacido en La Coruña en 1902, comenzó su carrera profesional con catorce años en el diario La Tribuna, primero como ayudante y más tarde como fotógrafo. Se asoció con Alejandro Vilaseca para formar la Agencia Contreras y Vilaseca. En 1926 fueron contratados por la Compañía Telefónica Nacional de España, junto a otros fotógrafos como Marín, Alfonso, Gaspar y Claret, para documentar las actividades de esta nueva empresa. Además, la agencia suministró fotografías a las revistas Estampa y Semanario Gráfico As, y al periódico ilustrado Ahora. Contreras fue también uno de los miembros fundadores en Madrid de la Unión de Informadores Gráficos de Prensa, que se crea en 1934 para la defensa de los derechos de los reporteros gráficos en el ejercicio de su profesión, siendo durante dos años y medio, hasta el levantamiento militar de julio de 1936, el organismo encargado de regular la actividad de los fotógrafos de prensa vinculados a los principales diarios, revistas y agencias con sede en la capital.

La Guerra Civil Española supuso la incautación y posterior desaparición de estas publicaciones y la disolución de la Agencia Contreras y Vilaseca. Al finalizar la contienda Gerardo Contreras, afín a la causa de los sublevados, comenzó a trabajar con las revistas Destino y Fotos, así como especialmente con el oficialista diario Arriba. Su buena relación con el régimen le posibilito estar incluso acreditado para trabajar en el Palacio de El Pardo.

A lo largo de su carrera Contreras obtuvo numerosos e importantes premios, entre los que destacan el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de Periodismo Gráfico por su fotografía “Visita de los astronautas del Apolo XI” en 1969 (no incluida en la muestra actual), o el premio Rodríguez Santamaría con el que le galardonó la Asociación de la Prensa de Madrid.


En el año 2016 la Comunidad de Madrid compró a los herederos del fotógrafo, fallecido en 1971, centenares de negativos en nitrato o acetato de celulosa, placas de vidrio y cajas de positivos, a fin de garantizar la conservación del importante legado fotográfico y dejarlo custodiado en el Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, que desde el año 2003 tiene su sede en la antigua fábrica de cervezas El Águila, lugar en el que se integra también la sala de exposiciones que acoge la muestra de la que hoy hablo, y que sin duda es uno de los más importantes ejemplos de la arquitectura industrial madrileña de principios del siglo XX.


La exposición que invito a visitar nos muestra 77 fotografías agrupadas en diversos temas, resaltándose en unas instantáneas la visión más periodística noticiable y en otras centrándose más el enfoque en aspectos costumbrista. Así y por citar sólo algunos ejemplos, encontramos imágenes del primer incendio de los Almacenes Arias, del desbordamiento del lago de la Casa de Campo en 1966, de la visita a Madrid de artistas de fama internacional (Cary Grant en La Castellana, Orson Welles en los toros, o Sofía Loren en Chicote), edificios y elementos de la ciudad hoy desaparecidos (como el Circo Price, el estadio Metropolitano, o el Scalextric de Atocha), así como detalles de la cotidianidad ciudadana de aquellos tiempos, como un grupo de operarias cosiendo sombreros en su taller, una secretaria escribiendo a máquina o las larga cola de personas listas para coger el autobús. Imágenes en definitiva de un Madrid que ya se fue pero cuya memoria no debe perderse.


La exposición es de entrada libre, existiendo adicionalmente la posibilidad de apuntarse a hacer en grupo un recorrido teatralizado por la misma, que debido al tono simpático que imprime el actor, añade al visitante un plus de esa "mirada amable" objetivo de la muestra. Si te interesa consulta la información que se suministra en la web de la sala de exposiciones.




Quijorna

A unos 40 kms de Madrid capital, dentro de la comarca de la “Cuenca del Guadarrama” pero ya en su límite con la llamada “Sierra Oeste”, se encuentra la población de Quijorna, municipio que junto a algunas de sus poblaciones vecinas, fue escenario protagonista de una de las más cruentas batallas que se libraron durante nuestra pasada Guerra Civil: “La Batalla de Brunete”. La ofensiva del ejército Republicano primero y sobre todo la contraofensiva posterior de los Nacionales que bombardearon profusamente Quijorna redujeron el pueblo a un montón de escombros. Todas las edificaciones quedaron destruidas y fue necesario, ya en la posguerra, reedificar nuevamente todo el pueblo para que sus gentes pudieran volver a habitar las que fueron sus casas.

Hoy quiero desde aquí animaros a visitar Quijorna, no tanto para descubrir aspectos relevantes en su casco urbano, pues realmente no tiene atractivos especialmente destacables más allá de su reconstruida iglesia (de la originaria del s. XVI sólo quedó en pie el ábside y los cuerpos inferiores de la torre) y el populoso restaurante El Águila, con su afamado cocido de los miércoles al increíble precio fijo de 7 €, sino porque en su entorno podemos descubrir un interesante espacio natural en el que persisten además varios elementos históricos de interés.

Empezaré por señalar, pues será el camino que seguiremos en su dirección hacia Valdemorillo, que por Quijorna pasa la Cañada Real Segoviana, antigua vía pecuaria de alrededor de 500 km de longitud que desde La Rioja a tierras de Badajoz atravesaba el centro de la Península Ibérica entrando en la Comunidad de Madrid por el Puerto de Somosierra y saliendo por Navalcarnero. Testimonio del trazado de esta cañada es, además del cartel actual indicativo de Vía Pecuaria, la presencia en el recorrido de algunos antiguos mojones de piedra instalados en la segunda mitad del siglo XVIII que marcaban el camino de trashumancia. Siguiendo nosotros la pista de tierra de esta vieja cañada encontraremos, además de algún mojón de los antes señalados, otro mojón curioso que destaca por su tamaño y por las marcas que tiene grabadas en su piedra. Se trata de una señalización de 1793 indicativa de que aquellas tierras formaban parte de un Coto Real para la caza menor, que estuvo adscrito al señorío del Castillo de Villaviciosa de Odón.

La flora visible en nuestro recorrido es variada, abundando especialmente las encinas, quejigos, matorrales y pastizales. Entre la fauna destacan los conejos, cuyas madrigueras se observan en las lindes del camino, y sobre todo las aves (la dehesa municipal es zona ZEPA, es decir, Zona de Especial Protección de Aves). Podremos descubrir por ejemplo perdices, águilas, cernícalos, etc.

Avanzando en nuestro recorrido descubriremos poco después, a unos 3,5 kms del pueblo, en el denominado lugar de Vetago, un área con abundantes antiguas caleras. Las caleras, u hornos de cal, son construcciones en las que se cocía a temperatura de más de 1000 grados la piedra caliza extraída de las canteras cercanas para obtener el óxido de calcio, es decir la cal. De estas caleras se sabe que se surtió material ya en 1566 para las obras del Monasterio del Escorial y que también aportaron su cal, por ejemplo, para la construcción en el s. XVIII del Puente de Toledo en Madrid. La abundancia de caleras que hubo en Quijorna explica incluso según dicen el nombre del municipio, pues “jorna” se asocia a la palabra “horno” y “qui” derivaría de “quinientos”, indicativo de que había muchos (hay estudiosos del tema que asocian el “qui” más con una de las especies arbóreas predominantes en la zona como es el quejigo).

Las caleras de la zona se corresponden a la clasificación de horno de cuba con bóveda efímera, estando construidas con mampostería de rocas del entorno trabadas con cal y recubiertas en su interior, de unos tres metros de diámetro, con arcilla refractaria. La parte inferior del horno se encuentra excavada en el suelo para evitar al máximo las pérdidas de calor. Como combustible se utilizaba la leña del entorno, principalmente jaras y retamas, lo que llegó a despoblar de estas variedades una gran extensión de tierra. Actualmente, de las en torno a 12 caleras que hubo en Vetago pueden verse restos de bastantes de ellas, así como de las canteras anejas de donde se sacaba la piedra y de la zona de escombrera donde se arrojaban los restos quemados (terreno negruzco). De entre todos los hornos hay uno que se mantiene en bastante buen estado y al que podemos acercarnos tomando una pequeña desviación del camino tal como se indica en la descripción de la ruta. Este horno, visible en la distancia por su forma de botella puesta en pie, mantiene su techumbre de ladrillo abovedada con un gran hueco para la salida de humos. Aparte de su boca de acceso, por donde se cargaba el combustible, hay varios respiraderos para el control de la combustión.
A mediados del siglo XVIII se inicia el declive productivo de la cal en la zona y hacia finales del XIX las caleras de Vetago prácticamente están ya todas abandonadas. ¡ Ojalá no se dejen perder los restos aún existentes !

Tras la visita a las canteras, continuamos por la pista en dirección noreste hacia el Cerro del Castillejo, desviándonos a la derecha para contemplar los restos de otro horno de cal y, en lo alto, un bunker de la Guerra Civil con amplia visibilidad sobre el área de caleras que antes habíamos visitado. En sus alrededores se pueden observar los restos de las trincheras excavadas en zigzag, para evitar en la medida de lo posible los ataques aéreos y que facilitaba el acceso a los fortines existentes en la zona. Como ya señalé, en terrenos de esta localidad tuvo lugar parte del enfrentamiento de la llamada Batalla de Brunete, desarrollada desde el 6 hasta el 25 de julio de 1937 durante la Guerra Civil Española, ofensiva lanzada por el ejército de la República con el objetivo de disminuir la presión ejercida por las fuerzas sublevadas sobre Madrid y al mismo tiempo de aliviar la situación en el Frente Norte Peninsular.

En nuestro recorrido por esta zona descubriremos otros restos de aquella contienda, como las ruinas del que fue un puesto de mando con un bien conservado refugio antiaéreo y más adelante, en un corto desvío a la derecha, la sorprendente cueva construida por los soldados republicanos a pico y pala para ser utilizada como cuartel y refugio antiaéreo. Te recomiendo que no olvides llevarte en este paseo una linterna si quieres admirar el trabajo que debió suponer crear esta cueva. Sorprende la gran cantidad de galerías que salen a derecha e izquierda de la principal. Toda una maravilla, por suerte en perfecto estado de conservación, que sirve ahora como morada de algunos pequeños murciélagos.

Retomamos nuestro camino que empieza a ascender hacia la cima de El Madroñal, con magníficas vistas de la planicie y de la sierra. Arriba, dejando a nuestra derecha una chimenea sifón de la conducción del embalse de Picadas a Majadahonda, tomaremos el camino de regreso al pueblo por la parte alta del monte. Pasaremos por el llamado Alto de los Llanos, en cuya cima se encuentran las ruinas de lo que fuera el Cuartel de Mando del ejército republicano. Un poco más adelante, encontramos el vértice geodésico de este cerro marcándonos que estamos a 746 metros de altitud. Siguiendo nuestro camino descubriremos, amenazando desde la altura al pueblo de Quijorna, los restos de un nido de ametralladora. Desde esta cima ya sólo nos resta descender y adentrarnos en el pueblo para dar por finalizada nuestra ruta de hoy. Si te animas a realizarla seguro que la disfrutarás.

Puedes encontrar la descripción del itinerario propuesto pulsando aquí.