Fiestas de la Melonera

El final del verano ha venido marcado festivamente en Madrid desde hace tiempo por la Fiestas de la Melonera, festividad del mes de septiembre cuyos eventos populares tienen lugar en el Distrito de Arganzuela y que este año 2015 se desarrollan entre los días 11 y 20 de dicho mes (puedes ver el Programa pinchando aquí).

El origen de estas fiestas se encuentra en la romería que allá por el año 1718 comenzó a popularizarse para honrar a la Virgen de Puerto, imagen mariana incorporada al devocionario madrileño por mediación de Francisco Antonio de Salcedo y Aguirre, -Marqués de Vadillo-, corregidor de la Villa en aquel entonces, y que desde los comienzos de su carrera política en Plasencia se había hecho fervoroso seguidor de esta Virgen, patrona de aquella ciudad. A sus expensas, el Marque de Vadillo había mandado construir la Ermita de la Virgen del Puerto (el arquitecto fue Pedro de Ribera) en el Soto del Palacio, un amplio espacio natural entre el río Manzanares y el Campo del Moro que fue a los efectos allanado y embellecido. En torno a la ermita y a la fecha del 8 de septiembre, conmemoración de la Natividad de la Virgen del Puerto, se celebraban en el lugar unas fiestas (que el marques y sus invitados podían contemplar si lo deseaban desde los balcones de la ermita) en las que había bailes y meriendas campestres, y en las que por lo visto se comían abundantemente sandías y melones, típicos de la época estival y cuya venta proliferaba en los puestos ambulantes que al efecto se montaban. De ahí el nombre de "Fiestas de la Melonera".

Las fiestas fueron posteriormente trasladadas desde las inmediaciones de la Ermita de la Virgen del Puerto al barrio de Arganzuela, donde se consolidaron.

Las Fiestas de la Melonera 2015 tienen, como se aprecia en el programa de las mismas, algunas variaciones con respecto a años anteriores. Vemos que se ha dado entrada en diversas actividades a la participación de colectivos del distrito, se ha ampliado el espacio de celebración con la incorporación del Auditorio al aire libre del Parque Tierno Galván y se ha prescindido de las atracciones de feria (el nuevo Gobierno Municipal ha dejado desierto este año el concurso adjudicatario). Así mismo, en la nota saludatoria que hace la Concejala Presidenta del Distrito de Arganzuela en el programa divulgativo de los festejos, se resalta que este año las fiestas contarán por primera vez con un lema, ligado a la idea de fomentar estas como espacio de encuentro y convivencia: "Contra el racismo, por una Arganzuela diversa"


El ciego de las Vistillas y otros Cronistas de la Villa

Bajo el seudónimo de "El ciego de las Vistillas" en 1921 comenzó el periodista Pedro de Répide y Gallego a publicar en el desaparecido diario La Libertad una colección de artículos en torno a las calles de Madrid, artículos que fueron posteriormente recopilados y publicados en formato libro con el título de “Las Calles de Madrid”. Por su contenido y por la gran cantidad de localizaciones reseñadas dicho libro sigue resultando de gran utilidad para los que gustamos de curiosear sobre la historia e historias de la Villa, siendo reconocido como un clásico entre los libros del género. Hoy me sirve su referencia de entrada para hablar aquí de su autor y de esos otros que como él fueron o son Cronistas Oficiales de la Villa.

Pedro de Répide nacido en Madrid en 1882 y antes de su consagración en la capital como literato y periodista trabajó varios años en París como bibliotecario y secretario de correspondencia de la destronada reina Isabel II, que allí se había retirado a vivir. Tras la muerte de esta  regresa en 1905 a Madrid, donde pronto empieza a publicar varias novelas y también libros de sabor madrileñista.

Los artículos de Répide sobre “Las calles de Madrid” que conformarán el libro del que he hecho referencia al principio fueron publicados en el periódico “La Libertad” entre el 3 de mayo de 1921 y el 4 de octubre de 1925, a razón de nueve entregas mensuales. Los tres primeros los firma Répide bajo el seudónimo de “El ciego de las Vistillas” pero, debido a la buena aceptación que estos tienen y que le animan a seguir publicando nuevas entregas ya regularmente, los siguientes irán firmados con su verdadero nombre, .

En 1923, siendo Alcalde de Madrid, Joaquín Ruiz Giménez, Pedro de Répide es nombrado, junto con Antonio Velasco Zazo -otro reconocido escritor y periodista del momento-, Cronista Oficial de la Villa.

La declaración de Cronista Mayor y Oficial de la Villa había sido otorgada por primera vez en 1864 a Ramón de Mesoneros Romanos, el "curioso parlante" como le gustaba firmar en sus escritos. Tras el fallecimiento de este en 1882, el título fue dado a Julián Castellanos y Velasco (que lo mantuvo hasta su renuncia en 1889) y luego a Carlos Cambronero Martínez. En 1923, considerando que para una ciudad del volumen de Madrid la existencia de un solo cronista era insuficiente, se formaliza la creación del Cuerpo de Cronistas Oficiales de la Villa, siendo Pedro Répide y Velasco Zazo los primeros que inscriben su nombre en él.

El Cuerpo de Cronistas oficiales de la Villa va a contar a partir de entonces con varios titulares (en 1998 queda fijado estatutariamente en su reglamento que podrán ser un máximo de hasta doce miembros vivos, con un mínimo de seis, y que el máximo de títulos a otorgar en cada mandato corporativo, mientras existan vacantes, sea de tres). El nombramiento de los Cronistas se lleva a cabo siempre por designación municipal, aunque debe contarse también con el aval de los cronistas existentes en ese momento. El cargo de Cronista es vitalicio y, aunque meramente honorífico, pues no tiene remuneración alguna, compromete al poseedor del mismo a continuar escribiendo e investigando sobre la ciudad,cosa que no obstante suelen hacer por gusto en el marco de sus respectivas profesiones. El despacho del Cuerpo de Cronistas de la Villa de Madrid ha estado situado históricamente en la Casa de la Panadería, aunque en tiempos recientes pasó al Palacio de Cañete (calle Mayor, 69), compartiendo espacio con la biblioteca del Instituto de Estudios Madrileños.

Desde 1923, el pleno del ayuntamiento de Madrid ha realizado veintinueve nombramientos de Cronistas Oficiales de la Villa. Actualmente hay once, de los que diez lo son a título personal: los periodistas Enrique de Aguinaga Lopez (decano del cuerpo), Pedro Montoliú Camps, Luis Prados de la Plaza, Ángel del Río López, Antonio Castro Jiménez, Mayte Alcaraz Hernández  y Ruth Gonzalez Toledano; el musicólogo Andrés Ruiz Tarazona; y los historiadores Carmen Iglesias Cano y Feliciano Barrios Pintado (este fue nombrado en 2013 y es por tanto el último de los Cronistas actuales). Además de los anteriores, hay un cronista honorífico oficial a título corporativo, el Instituto de Estudios Madrileños, representado por su presidente, Alfredo Alvar Ezquerra.

Es sin duda de agradecer la labor desarrollada a lo largo de los años por los sucesivos Cronistas de la Villa, como lo es también, y desde aquí quiero dejar constancia personal de reconocimiento, la de esos otros cronistas que, aunque no lo sean oficialmente, nos acercan desde publicaciones, blogs y diversos medios divulgativos, al conocimiento de la ciudad de Madrid.  

Para terminar y por su relación con el tema tratado, facilito seguidamente un par de enlaces a unos vídeos accesibles en You Tube que formaron parte de un documental emitido en su día en la 2 de TVE:


Los primeros taxis de Madrid

Al pasas por la Plaza de Herradores verás, en la esquina de esta con la calle Hileras, una placa indicativa de que allí estuvieron en el siglo XVII las paradas de las sillas de manos, los primeros “taxis” de la ciudad.  Si como a mi te mueve la curiosidad por saber algo más del funcionamiento de este antiguo negocio y de su grado de incidencia en la vida ciudadana de entonces, te invito a seguir leyendo y dejarte llevar mentalmente en el tiempo:

En el siglo XVI Madrid es una ciudad en clara expansión. Felipe II ha fijado en ella la capitalidad de su Imperio y son numerosas las personas, -cortesanos, nobles, comerciantes, artesanos y gentes en general en busca de oficio y beneficio-, que se suman a su población natural, triplicándola en número en poco tiempo. Los desplazamientos dentro de la urbe, con numerosas calles estrechas, dificultan el uso de carruajes, por lo que caballos y sobre todo mulas son los medios de transporte más utilizados. Pero el tránsito conjunto de personas y animales, no siempre bien controlados,se hace incómodo en espacios estrechos y además sale caro (alimentación, alojamiento, mantenimiento, etc). Las autoridades empiezan a restringir el uso de estos dentro de la ciudad y es necesario encontrar alternativa. Cortesanos y nobles, recelosos de mezclarse en las calles con el vulgo, encuentran una solución en las "sillas de manos". Pronto este medio, más allá de cubrir la simple necesidad de desplazamiento, se convertirá en un símbolo representativo de lujo y estatus social. Las damas serán sus principales usuarias.

Una silla de manos, en esencia, es simplemente un compartimento de madera con un asiento (los de dos generalmente se usaron en las llamadas literas, de estructura similar pero portado sobre mulas), ventanales con cortinillas en las paredes (para evitar ser visto si así se deseaba) y que tiene a cada costado del habitáculo unos herrajes por los que se pasa una gran vara que permite que dos o cuatro personas puedan levantarla y desplazarla.

Las primeras sillas fueron al principio carruajes particulares que como tales se decoraban a menudo profusamente atendiendo al gusto y dinero de sus dueños, pero con el tiempo su uso siguió proliferando, apareciendo ya a finales del XVI y principios del XVII los nuevos servicios de alquiler de sillas de manos y/o de porteadores. Para facilitar y organizar el servicio en Madrid se establecieron paradas fijas en diversos lugares, como las plazas de Herradores, Cebada, Antón Martín, Santo Domingo, Provincia, Puerta del Sol y Palacio Real.

Los porteadores de las sillas de manos eran dos jóvenes (cuatro en algunas ocasiones) que recibían el nombre de “silleteros”. Estos soportaban todo el peso del viajero y de la silla sobre sus hombros mediante unas correas que cruzaban entre las barras. Si la distancia a recorrer era especialmente larga a veces se contrataban silleros de relevo, a fin de evitar desfallecimientos y garantizar en lo posible durante el trayecto un paso uniforme que facilitase la comodidad del viajero.

Debido a que proliferó mucho el número de jóvenes que, habiendo llegado sin oficio a la capital procedentes de otras ciudades y villas, se ofrecían de silleros como forma fácil de ganarse la vida (sólo se precisaba una buena constitución física y aportar el correón con que llevar la silla) pronto surgieron problemas con dicho colectivo y las autoridades se vieron en la necesidad de regular la profesión. Así, en 1611 se dispuso por ley que ninguna persona podía ser mozo de sillas de alquiler en nuestra Corte sin tener licencia para ello. Igualmente, para evitar abusos, se establecieron criterios  reguladores relacionados con el precio del servicio: Por un traslado de ida y vuelta cada uno de los mozos de silla cobraba en el año 1600 un real, cantidad que según aparece reflejado en el Pregón de la Villa del año 1613 fue posteriormente elevada a real y medio.

La moda de las sillas de manos fue tal durante los siglos XVII y posterior que el hecho llegó incluso a influir en la construcción de las casas principales, haciendo por ejemplo que las escaleras de estas se hiciesen con peldaños anchos, de forma que los mozos de silla pudieran subir a las señoras hasta la antesala de la casa. ¿También fueron entonces estas sillas los primeros ascensores?


Casa Garay

A finales del siglo XIX y principios del XX buena parte de la burguesía madrileña, que hasta entonces había vivido prioritariamente en el centro de la ciudad, va a trasladar su residencia a los nuevos barrios del norte de la capital que van consolidándose en el marco del Plan de Ensanche aprobado en 1860 y que se conoció como Plan Castro por haber sido el arquitecto e ingeniero Carlos María de Castro quien lo diseñó. En torno al eje del Paseo de la Castellana (denominado en el siglo XIX Paseo Nuevo de las Delicias de la Princesa, en honor a la futura Isabel II) se conforman los nuevos barrios ricos de Almagro y Salamanca, con grandes avenidas y calles de trazado regular en la que se levantan palacetes y bloques de casas con porte distinguido.


Una de estas edificaciones de hermosa fachada es la que aquí quiero hoy mencionar: la Casa Garay.

Esta casa, situada en el número 42 de la calle Almagro, fue mandada construir por Antonio Garay Vitorica, un adinerado personaje (poseía extensas propiedades en Extremadura y fue, por ejemplo, uno de los fundadores de Hidroeléctrica) que abrió casa en Madrid al ser nombrado diputado a Cortes por el bloque conservador  en representación de la provincia de Cáceres, cargo que desempeñaría durante 5 legislaturas (entre 1916 y 1923).

Manuel María Smith e Ibarra fue el arquitecto que diseñó el palacete de estilo regionalista que hoy podemos admirar. Este arquitecto vasco había sido el autor de la Estación de Atxuri de Bilbao y era además el máximo representante en Euskadi, de donde era originario también Garay, de la arquitectura residencial burguesa de la época, pudiendo admirarse varias de sus construcciones actualmente a lo largo del “Paseo de las Grandes Villas” en Getxo. El palacete de Madrid comenzó a construirse por Manuel María Smith en 1914, siendo finalizado en 1917 por otro notable arquitecto, Secundino de Zuazo Ugalde, autor por ejemplo en Madrid del proyecto de los Nuevos Ministerios.

La Casa Garay mantiene a fecha íntegras las fachadas y cubiertas, aunque no así el interior de la construcción, que fue plenamente remodelado para acoger en 1979 las dependencias del Colegio de Ingenieros de Caminos Canales y Puertos de Madrid (hay que decir que gracias a ello el palacete se conserva en aparente buen estado, pues antes de esta ocupación estuvo unos años abandonado y a punto por lo visto de ser demolido).

Sobre la puerta principal de entrada al palacio por la calle Almagro destaca el gran escudo de los Garay, con los dragones, antorchas y roleas, y sobre este un hermoso ventanal con un parteluz donde apoyan dos arcos  de medio punto de estilo plateresco.

Siendo bonita la fachada a la calle Almagro no lo es menos la que lo hace a la calle Jenner, destacando quizás aquí la torre chaflán y el enlace de esta con el cuerpo lateral del edificio, en el que vemos una bella terraza enmarcada por un gran arco. El conjunto de piedra de ambas fachadas queda resaltado por el contraste que en lo alto del edificio dan los aleros sobresalientes de madera oscura, típicos del norte de España. El conjunto queda visualmente rematado por una gran veleta de hierro de elaborada forja, como también lo es la utilizada en las diversas balconadas.

A la muerte del empresario el palacio se vendió y fue pasando por diferentes manos. Durante un tiempo fue la sede de la embajada de Bélgica, y también se utilizó por lo visto durante la Guerra Civil como hospital de sangre.


Si pasas por allí, no dejes de fijarte en este hermoso edificio.