Exposición temporal: El Camino Español

Es una lástima que algunas exposiciones permanezcan programadas durante sólo unos pocos días, pues a menudo pasan desapercibidas para muchas personas que sin duda disfrutarían visitándolas. Este es a mi juicio el caso de la exposición “El Camino Español. Una cremallera en la piel de Europa” que desde el 21 al 31 de mayo puede verse en el salón de Promociones de la Escuela de Guerra. Se trata de una exposición con contenido de interés histórico y con una programación de carácter itinerante que la llevará en julio a Estrasburgo y posteriormente a ciudades como Bruselas y Barcelona.

El denominado Camino Español fue, como nos indican los organizadores de la exposición, una ruta terrestre creada en tiempos de Felipe II para trasladar dinero y tropas españolas a los Países Bajos, en donde se habían sublevado a la corona 7 de las 17 provincias en que estos se constituían, y que origino el largo conflicto (1568-1648) conocido como Guerra de los Ochenta Años (recordemos que tales dominios habían sido heredados por España de la dinastía Habsburgo con la entronación de Carlos V). La ruta marítima, que en principio parecería la más rápida, fue desechada a consecuencia del mal tiempo que reinaba con frecuencia en el Canal de la Mancha y de la enemistad de Inglaterra y Francia. El monarca español tuvo pues que buscar una vía alternativa, por lo que habilitó un corredor militar y logístico de 1100 kilómetros,  desde el puerto de Génova hasta Bruselas, pasando por territorios que estaban bajo su poder o el de sus aliados. La ruta principal comenzaba en el Milanesado italiano y, después de cruzar los Alpes por Saboya, transcurría por el Franco Condado, Lorena, Luxemburgo, el Obispado de Lieja y Flandes hasta llegar a Bruselas. Este camino fue el utilizado, por ejemplo, por el duque de Alba en su viaje a los Países Bajos en 1567. El recorrido tardaba en hacerse unas 7 semanas, a una media de 20 kms día. A partir de los primeros años del siglo XVII, como consecuencia de la alianza defensiva entre Saboya y Francia, se comenzaron a utilizar otras rutas que pasaban por los valles suizos de la Engadina y la Valtelina. Tras sortear los Alpes, el camino bordeaba el sur de Alemania para cruzar el Rin en Alsacia y continuar hacia los Países Bajos.


El promedio de efectivos del ejército de Flandes durante la mayor parte de la contienda fue de 65.000 hombres, aunque en algunos momentos llegó a contar hasta con 85.000 entre soldados permanentes y "de ocasión". En su mayor parte estaba compuesto por tropas germanas y de los Países Bajos (en particular, valonas), con contingentes menores de infantería española, italiana, portuguesa, borgoñona, irlandesa y británica. Los contingentes de origen latino y aquellos que se iban movilizando en la Europa aliada llegaban a Flandes a través del Camino Español y las unidades militares en que se constituían fueron los famosos “Tercios”, agrupaciones de 3000 hombres (en la práctica fueron realmente menores, pues por lo que se conoce estuvieron más entre los 1200 y 1600 soldados) compuestas principalmente por piqueros (portadores de esas lanzas de 5 metros de largo que Velázquez  inmortalizó en el cuadro de “La rendición de Breda”), acompañados de arcabuceros, mosqueteros, soldados de caballería y personal de mando y estandartes. Eran formaciones en las que no existía una uniformidad en la vestimenta militar (los soldados debían buscarse la vida, tanto en el vestir como en la mejora del armamento) y en los que se mezclaban nacionalidades que se distinguían entre sí, más allá de estandartes y enseñas, por el color de las bandas de tela que portaban: Roja para los españoles, naranja los de Paises Bajos, verde los irlandeses, amarilla los británicos, etc.

La clave del corredor terrestre que significó el Camino Español estaba en su perfecta organización desde el punto de vista logístico, pues era capaz de proporcionar los apoyos necesarios para el traslado de contingentes que sumaban, entre tropas y acompañantes, unas 16000 personas y 1500 caballos. El Camino estaba formado por una cadena de puntos fijos obligatorios, que se denominaban "etapas militares", centros comerciales donde tradicionalmente se realizaban transacciones y se almacenaban mercancías. Cada expedición era precedida de un comisario que determinaba con las autoridades locales el itinerario de las tropas, los lugares en que habían de detenerse y la cantidad de víveres que requerían. Los gobiernos, a su vez, ofertaban los servicios a los asentistas, quienes se encargaban de proveer los suministros al precio establecido. En cuanto a los alojamientos, en cada etapa se emitían unos vales que determinaban el número de personas que habían de acomodarse en cada casa, de forma que al partir las tropas, el propietario presentaba los vales al recaudador local para que se hiciera cargo de los gastos. A pesar de todas las previsiones, la presión militar sobre las economías locales acabó provocando las quejas de las poblaciones que no disponían de recursos suficientes para abastecer y alojar a las tropas, así como planteó la utilización de itinerarios alternativos para no sobreexplotar algunas comarcas.

La exposición nos muestra a través de paneles informativos detalles históricos del Camino Español y de los Tercios de Flandes, acompañándolos con la exhibición de diversos atuendos alusivos a la época, armas, mapas, e incluso con una filmación en la que se recrea lo que fue aquello. También hay una espectacular y enorme maqueta (33 metros cuadrados) en la que se reproduce la Batalla de Norlinngen de 1634, aportada por el grupo de reconstrucción histórica Imperial Service que, además, ameniza la exposición gracias a sus interesantes explicaciones sobre los tercios. Tampoco quiero dejar de mencionar los cuadros que, haciendo alusión al Camino Español y a los Tercios, presiden la exposición y que son obra del pintor realista, especializado en temas históricos, Augusto Ferrer-Dalmau.


Exposición: El Camino Español.

Lugar: Escuela de Guerra del Ejército (c/ Santa Cruz de Marcenado, 25)
Fechas: del 21 al 31 de mayo de 2014
Horario: Lunes a viernes de 11 a 14 y de 17 a 20 h. Sábados de 11 a 14 h.
Metro próximo: Ventura Rodríguez ó Argüelles
Entrada gratuita


La Rosaleda del Retiro

La Rosaleda del Parque del Retiro luce estos días su multicolor gama cromática, un espectáculo floral que atrae cada primavera a numerosos paseantes deseosos de disfrutar con la contemplación de las vistosas rosas que, en gran número y variedad, allí se concentran. Las hay rojas, blancas, rosaceas, amarillas, fucsias, ... ¡Una preciosidad!

De las tres rosaledas públicas de las que dispone Madrid (La del Parque del Oeste, la del Jardín Botánico y la del Parque del Retiro) esta es sin duda, por su ubicación y accesibilidad, la más visitada por los madrileños y seguramente también la más retratada, pues ¡cuántas fotografías de novios o posados de bodas y primeras comuniones no tendrán de fondo este lugar!


La Rosaleda del Retiro está situada al final del Paseo de Coches, cerca de la Plaza del Ángel Caído. Allá por 1870 este sitio lo ocupaba un estanque artificial, llamado de patinar ya que para tal fin se utilizaba cuando se helaba en invierno, cosa no obstante que ocurría menos veces de las deseadas por los patinadores, pues al estar en una zona despejada del parque el hielo duraba poco. Fue por ello que, en 1876, se decidió trasladar el área de patinaje a la zona más sombría del denominado Campo Grande, creando allí una Ría circular con una pequeña isla central a la que se podía acceder por puentes. El lugar permanece actualmente y, aunque no se usa para patinar, constituye uno de los rincones con encanto del Retiro.

Sobre el espacio del antiguo estanque de patinar se instaló en 1883 un invernadero que el Marqués de Salamanca cedió al Ayuntamiento y que hasta ese momento había estado en el jardín de su Palacio del Paseo de Recoletos. El invernadero, de los de tipo estufa, había sido construido en Londres y fue una de las primeras construcciones de hierro y cristal en su tipo que adornaron los palacios del eje noble de Madrid. Tenía forma rectangular y bóveda de cañón, disponiendo en su interior de una serie de termosifones que mantenían la humedad necesaria para el cultivo de especies exóticas de plantas. Este invernadero se mantuvo hasta 1930, pero ya algo antes, en 1914, el alcalde de Madrid, que por aquel entonces era Carlos Prat, había encargado al recientemente nombrado Jardinero Mayor Cecilio Rodríguez el diseño en aquel lugar de una Rosaleda al estilo de las existentes en otras capitales europeas, encargo para el que Cecilio viajó a Francia a fin de buscar inspiración y adquirir de paso rosales. El modelo de rosaleda elegido fue el de Bagatelle, en los jardines del Bosque de Bolonia de París, trayéndose además de aquel viaje 12000 rosales de más de 350 especies diferentes.

La Rosaleda que hoy vemos, pese a haber sido remodelada varias veces desde su creación (en la Guerra Civil, sin ir más lejos, se destruyo gran parte de la misma) mantiene el diseño original: Tiene una superficie aproximada de 0.8 hectáreas y es de forma elíptica, estando delimitado perimetralmente el recinto por un seto de ciprés que permite el acceso por cuatro puntos. La distribución interior de caminos y parterres guarda la simetría propia de los jardines de estilo francés e incluye dos fuentes y un estanque central.

¡Merece la pena darse un paseo por allí!

San Isidro Labrador

Los madrileños celebramos el 15 de mayo la fiesta de San Isidro Labrador, patrón de la ciudad, y son muchos los que gustan ese día de mantener viva la tradición popular de acudir a la Ermita del Santo, beben agua "milagrosa" de la fuente, comer en la pradera y disfrutan de la verbena. Es un día en el que la calle retoma la presencia de chulapos y chulaponas orgullosos de mostrar en público su palmito y su manera de bailar a lo fetén el chotis agarrao, un día en el que el aire verbenero trae por momentos olor a frituras de gallinejas y entresijos, en el que uno puede comprar esas rosquillas del Santo que si bien antes eran casi en exclusividad Listas, Tontas y de Santa Clara, hoy las hay de una más amplia variedad, y es que como decía don Hilarión, ¡los tiempos adelantan que es una barbaridad!

Isidro de Merlo y Quintana, nuestro San Isidro, nació en Madrid a finales del siglo XI. Hombre humilde y muy devoto cristiano, trabajó primero en la Villa de pocero pero cambió a la profesión de labrador cuando tuvo que huir de la ciudad ante la conquista de esta por los almorávides. Se instaló en Torrelaguna y allí se casó con María Toríbia, gran devota como él y que años después también sería canonizada bajo el nombre de Sta. Mª de la Cabeza. Después de un tiempo, durante el que la pareja residió temporalmente en Caraquiz y Talamanca, se asentaron ya en Madrid, trabajando Isidro como labrador al servicio de Iván de Vargas, miembro destacado de una de las importantes y adineradas familias de la Villa, fijando su vivienda en unos aposentos bajos de la casa que este tenía junto a San Andrés (se trata del edificio, hoy reconstruido, que alberga el Museo de los Orígenes de Madrid y en el que se conserva el famoso pozo al que en breve haré mención).

En esa casa es donde va a nacer su hijo Illán y donde, pocos años después va a tener lugar uno de los numerosos milagros que se atribuyen al santo y que es el que representa, por ejemplo, la escultura existente en el Puente de Toledo: Siendo Illán muy pequeño y encontrándose Isidro trabajando en el campo, en un descuido de la madre el niño se cayó al pozo existente en la casa. Alertado del suceso, Isidro regresó rápidamente a la casa, suplicando a la Virgen de la Almudena su mediación. Cuentan que sorprendentemente el agua empezó entonces a subir, llegando casi a rebasar el borde del pozo y permitiendo con ello rescatar al niño caído que, además, apareció sin rasguño alguno. Por este echo y por otros muchos milagros que se le atribuyen, como el de que unos ángeles araban por él los campos mientras rezaba, su popularidad como hombre santo y milagrero se fue consolidando, arraigando considerablemente tras su muerte el 30 de noviembre de 1172. Su fama en la tradición popular madrileña hizo, por ejemplo, que ya desde el siglo XII se acudiese a beber el agua milagrosa de su fuente, pues se atribuía al Santo el milagro de haber hecho brotar allí agua de la tierra con el simple golpeo en el suelo de su aguijada. De hecho, el origen de la Ermita del Santo guarda relación también con la fuente: Cuentan que habiendo llegado a oídos de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos I (estamos ya en el siglo XVI), las supuestas propiedades medicinales de las aguas que brotaban de este manantial, decidió dárselas a beber a su hijo, el futuro rey Felipe II, que se encontraba seriamente enfermo. El muchacho por lo visto sanó rápidamente y, en agradecimiento, la emperatriz ordenó la construcción de una ermita junto al manantial. Esta primera y al parecer modesta construcción sería sustituida en 1725, ya en época de Felipe V, por una nueva que, no obstante se vería seriamente dañada durante el transcurso de la Guerra Civil del XX y que siendo reconstruida al finalizar la contienda es la que actualmente vemos.

Decir por último que los restos mortales de San Isidro Labrador y de su mujer, Santa María de la Cabeza, reposan desde 1769 en la Colegiata de San Isidro (con anterioridad estuvieron en la Iglesia de San Andrés). Si hacemos una visita a esta hermosa colegiata (c/ Toledo, 37), que recordemos fue entre 1885 y 1993 la catedral provisional de Madrid, veremos como en el mismo retablo del altar, que está dedicado al Santo, existen dos sepulcros: El de arriba guarda los restos de San Isidro y el de abajo los de su mujer.


Para ver el Programa de actos de las Fiestas de San Isidro del año en curso accede a la web correspondiente. Así mismo, también puede ser de tu interés una anterior entrada de este blog en el que se abordó el tema del casticismo madrileño. Puedes acceder a ella desde aquí.