Arroyo Meaques (Casa de Campo)


La Casa de Campo madrileña, nuestro gran pulmón verde, es atravesada por varios arroyos de pequeño caudal que van aportando sus modestas aguas al río Manzanares, siendo de ellos los denominados Meaques y Antequina los únicos que lo hacen de forma permanente a lo largo del año. De estos dos arroyos, el Meaques es el más relevante y a él voy a dedicar hoy la entrada de este blog, invitando a quienes gusten de pasear en bicicleta o a pie a acompañarlo a lo largo de su discurrir por el parque. El recorrido, que tendrá unos cinco kilómetros, es cómodo y, a parte de disfrutar con el paseo, nos va a permitir conocer significativas construcciones, algunas existentes desde el siglo XVIII.

Nuestro Arroyo Meaques nace allá por el paraje conocido como Ventorro del Cano, en el término municipal de Alcorcón fronterizo con el de Pozuelo. Tras avanzar bordeando la Ciudad de la Imagen por la parte trasera de los cines Kinépolis, el arroyo va a entrar en la Casa de Campo a través de la colonia Santa Mónica (recomiendo, si vamos a hacer el recorrido a pie, desplazarnos en metro hasta la estación de Colonia Jardín y desde allí bajar caminando hasta la tapia de la Casa de Campo, que no está lejos).


Como ya comenté en una entrada anterior, la Casa de Campo madrileña fue coto privado de la realeza durante gran parte de su historia, debiéndose a Carlos III el encargo del cerramiento perimetral completo del recinto. Así, tanto el muro de ladrillo y piedra existente, como varias puertas y enrejados fluviales que lo jalonan y hoy podemos ver, corresponden al siglo XVIII, siendo el responsable de su construcción, como también de diversos elementos funcionales y ornamentales del interior del parque, el afamado arquitecto Francesco Sabatini. Es por ello que nuestro primer foco de interés en el recorrido que hoy hacemos vamos a encontrarlo en la misma entrada al parque del cauce original del arroyo: La Reja de Meaques (actualmente el agua del arroyo llega canalizada bajo tierra a este punto, por lo que no la veremos hasta que nos adentremos unos metros en la Casa de Campo).

A poca distancia de la Reja de Meaques encontramos nuestro segundo punto de interés: El Puente de la Culebra (1782), sin duda el más bonito de los cinco puentes sobre el arroyo proyectados por Sabatini (Culebra, Batán, Álamo Negro, Siete Hermanas y Agachadiza) y de los que hay que decir que actualmente se conservan total o parcialmente sólo tres. El nombre de Puente de la Culebra se entiende rápidamente en este caso al observar el original trazado serpenteante que tiene. Cerca de él, en su orilla derecha, encontraremos algunos restos de varias fortificaciones de la Guerra Civil (parece ser que fueron polvorines de las tropas franquistas) y un poco más adelante, una pequeña presa que embalsa el arroyo y forma allí un estanque relativamente hermoso en el que habitan patos y alguna que otra ave acuática.

Seguiremos nuestra marcha por cualquiera de las márgenes del arroyo y, tras un buen rato, alcanzaremos uno de los costados de la valla perimetral del Zoo. Allí un nuevo puente de Sabatini, conocido como el del Álamo Negro, cruza el cauce, aunque su vista no va a merecernos especial interés pues carece de ornamentación y está además muy transformado (el original fue semidestruido en la riada de 1995). Nuestro recorrido deberá abandonar por un rato la cercanía del arroyo pues este se adentra en el interior del Zoo . Deberemos bordear el recinto y, aunque podemos hacerlo por cualquiera de sus lados, nos será más cómodo por la derecha, dirigiéndonos hacia lo que es la entrada principal del Zoo. Si así lo hacemos descubriremos, en nuestro paso junto al vértice del vallado, los curiosos restos de la que fue Ermita de San Pedro, erigida en 1954.

Retomando nuestro acompañamiento al Arroyo Meaques una vez superado el Zoo, avanzaremos por la orilla derecha de este hasta alcanzar el llamado "Puente de Hierro" que es de factura contemporánea (en su proximidad encontramos varios de los árboles singulares de la Casa de Campo). Recomiendo cruzar el puente y seguir nuestra marcha ya por la margen izquierda del arroyo, pues nos alejaremos así algo de bullicio del cercano Parque de Atracciones y disfrutaremos más de la naturaleza que nos ofrece el encinar del Fraile. En el recorrido de este tramo pasaremos junto a la popular fuente de los Tres Caños, llegando poco después al puente del Batán (es una replica moderna del que en su día diseño allí Sabatini) y algo más allá al de las Siete Hermanas (muy dañado también en la riada de 1995). Seguimos nuestro avance, siempre ya por la margen izquierda (en la de la derecha del arroyo se levanta el Albergue Juvenil Richard Schirrmann, nombre del fundador de la red mundial de albergues juveniles, y que funciona desde 1947). Tras pasar junto al conocidísimo Pinar de las Siete Hermanas alcanzaremos el reconstruido puente de la Agachadiza, que durante la Guerra Civil sufrió grandes desperfectos (hay que recordar que esta zona formó parte de la línea del frente entre finales del 1936 y abril de 1939).

Siguiendo nuestro recorrido de acompañamiento al Meaques entraremos ahora en el conocido como Paseo de los Castaños que nos llevará ya hasta El Lago, final de nuestra visión del arroyo, pues allí, junto a la Fuente de Los Neveros (el nombre hace alusión a los pozos de nieve que se encontraban antiguamente en el lugar y que se nutrían por lo visto del hielo recogido en el estanque durante los fríos inviernos), el arroyo se introduce en un colector e irá ya soterrado hasta su encuentro con el río Manzanares. Pero, aunque ya no veamos el arroyo propiamente dicho, propongo seguir de frente para, llegados al Embarcadero, continuar hasta la Puerta del Rey, entrada principal de la Casa de Campo, y en cuya proximidad el Meaques tiene la desembocadura. En este tramo encontraremos vestigios de las antiguas canalizaciones de tiempos de Carlos III por las que se derivaba agua para abastecer los jardines del Palacete de Iván de Vargas y el regadío de la huerta de la Partida. El acueducto junto a la curva de la carretera interior de la Casa de Campo es seguramente el recuerdo visible más llamativo.